La ciencia médica y la sexología plantean desde hace tiempo que el ser humano tiene una constitución bisexual básica. La heterosexualidad y la homosexualidad son los dos extremos de un continuo entre los que nos encontramos en grados distintos.
La bisexualidad consiste en la orientación del deseo hacia hombres y mujeres por igual. Las personas bisexuales se sienten atraídas emocional y sexualmente hacia personas de su mismo sexo o del sexo contrario indistintamente.
Una persona homosexual o heterosexual pura no existe en la realidad. Este concepto de grados en relación al deseo sexual explica que la frecuencia con que se producen experiencias sexuales distintas a la de la orientación sexual principal en una persona. También explica la existencia de sueños y fantasías sexuales con personas del sexo distinto a su orientación sexual básica.
Por esta causa hay personas que pueden haber mantenido de manera ocasional relaciones sexuales con personas hacia las que no se dirige su deseo sexual principal. Es común en la pubertad y preadolescencia que sucedan juegos eróticos de descubrimiento con personas de tu mismo sexo siendo claramente heterosexual o viceversa. Suele ser causa de preocupación y confusión con respecto a la propia orientación sexual de la persona por la existencia de un concepto rígido y excluyente entre la homosexualidad y la heterosexualidad.
Autores como Sigmund Freud plantean que las personas tenemos una constitución bisexual básica y que en la adolescencia se establece una orientación definida más fuerte hacia uno de ellos. Alfred Kinsey aporta el concepto de la orientación sexual como un contínuo donde estarían en los extremos la heterosexualidad y la homosexualidad. En el centro quedaría la bisexualidad y cada persona se encuentra en un punto de este contínuo. Esta manera de entender la sexualidad humana ayuda a entender múltiples situaciones aparentemente contradictorias o extrañas.
